viernes, 5 de julio de 2013

Hablando de ti.

Bueno para no dejar esto sin actualizar por tanto rato y como últimamente no estoy leyendo nada a causa de mis ojos quejumbrosos, voy a dejar algunos textos cortos míos para el que tenga ganas de leer. Acá va el primero, espero les guste.
_________________________________________
Hey, tú ¿me escuchas ahí?
Espero no estar importunando, solo quería dirigirte algunas palabras. Me dijeron que en las conversaciones siempre echo las cosas a perder, así que opté por un monólogo.
No sé exactamente como empezar, por lo que pienso disculparme de antemano. Sí, ya sé… la siempre indecisa de tu amiga. Confío en que esta muestra de vacilación, te confirme que a pesar de los años sigo siendo la misma. Un poco menos torpe y quizás un poco más “adulta”, pero exactamente la misma. Aburrida, sínica, irónica y a pesar de toda esa mierda, la chica optimista que conociste en la escuela primaria. Por supuesto que con su optimismo bien escondido, un optimismo que podría tacharse de falta de interés si no se lo viera con detenimiento.
Vaya, parece hace tanto tiempo. Teníamos, ¿cuántos? ¿nueve, diez años? El tiempo sí que pasa volando, más cuando te apartas para echarle una mirada analítica.
Todavía me acuerdo la primera vez que te vi y la primera vez que te mandé al diablo, no habría que hacer distinciones, puesto que ambas primeras veces fueron las mismas. Fui un poco osca contigo, lo fui con todos. Eso de estar en una escuela nueva con treinta y cinco desconocidos que fingían amistad, me chocaba. Ya lo sabes, soy bastante antisocial y tú para nada. Eras demasiado social y por eso te detestaba, por eso ponía una barrera entre nosotros siempre que me tocaba alguna actividad contigo. Eras tan despreciablemente amable, que me cosquillaba la mano siempre que te veía. Vas a pensar que es estúpido, pero siempre quería borrarte de una bofetada esa sonrisa de mierda que tenías.
Si en ese entonces hubiese sabido lo que se escondía tras esa sonrisa, realmente me habría replanteado eso de golpearte. Vaya, si hubiese sabido todo lo que tenías para contarme cuando te acercabas a mí, realmente me habría quedado esperándote. Pero no lo sabía, en ese entonces me parecías un niño de diez años que disfrutaba siendo quien era.
Nadie dudaría de eso, la actuación se te daba tan bien y a tan corta edad que aún me sorprende. Pero quizás, quizás y no se te daba tan bien como en ese tiempo me figuraba.
Todavía está muy viva en mi cabeza aquella ocasión que en educación física, los demás niños te atacaron a golpes fuertes con todas las pelotas del equipo de Handball. No había entendido la razón, pero te recuerdo sentado en el borde de la acera un rato más tarde, sosteniendo tu cabeza entre tus manos. A ti como a mí, nadie nos iba a recoger cuando terminaba el día de escuela. Siempre esperábamos el bus juntos y yo pasaba de ti, como si fueses una insignificante partícula en mi espectacular mundo privado. Privado de partículas felices, como lo eras tú por supuesto.
Pero aquella vez, bueno me fue imposible no mirarte y sentir una bienvenida dosis de alegría. Finalmente te sentías miserable y yo me regodeaba en tu miseria, pensaba que el niño feliz había mordido el polvo del modo más literal existente.
Cuando me atrapaste mirándote y tus ojos verdes se fijaron en los míos, vi una parte de ti que me desarmó. Y me hiciste sentir tan mal con mis anteriores pensamientos, al punto que quise disculparme solo por haberlos tenido. Solo por haber disfrutado el show que montaron los otros niños a costas tuyas. Te sangraba la nariz y tenías el ojo izquierdo levemente hinchado, ellos no habían tenido consideraciones. Te habían golpeado con todas sus fuerzas y se habían desquitado por motivos que me eran ajenos, pero que aun así me fastidiaban.
Vivías a dos cuadras de mi casa y nunca antes habíamos hablado, a excepción de esos primeros días de clases en los cuales quisiste acercarte a mí. Aquella tarde te acompañé hasta la puerta de tu hogar, no sin antes asegurarme que estarías bien. Fuiste escueto en tus respuestas y no me sonreíste, fue la primera vez que me mostraste al verdadero tú. Y me agradó.
Desde ese día me encargué de que siempre fuéramos y regresáramos juntos, siempre riendo, contándonos estupideces y jactándonos de nuestra inteligencia. Te volviste en un abrir y cerrar de ojos una parte vital de mi mundo, de mi día a día. Me gustaba llevarte de acá para allá, presumirte a todo el que me preguntara. Porque eras mi amigo, súper inteligente, súper guapo y súper en todos los sentidos que alcanzaba esa palabra.

Era tan molesto cuando alguien te tomaba como objeto de burla, yo me repetía que era envidia. Porque nadie podía llegar a ser ni la mitad de lo que tú eras. Cuando oía a alguien murmurar cosas de tu persona, rápidamente me les plantaba enfrente y los instaba a repetirlo. Supongo que mi aire de chica mala y oscura, ayudaba a que esos idiotas se tragaran sus palabras. Pronto los dos comenzamos a tener apodos, apodos que me fastidiaban sobremanera. Tú solo te reías y me decías que los ignorara. Pero no podía y cada vez que me proponía hacerlos tragarse sus palabras, solo reforzaba las estupideces que decían de mí. Mi poco compromiso hacia mí misma, mi propio desinterés hacia los chicos solo le daban más material para burlarse.
Pero a ti te daba lo mismo, me querías como era y yo a ti. Era esa clase de amor incondicional que se encuentra pocas veces en la vida. Y conforme los años iban pasando, parecía que nuestro vínculo se hacía más y más estrecho.
En aquellos tiempos no te lo dije, pero jamás habría terminado la escuela secundaria de no ser por ti. Tenía amigas, claro, porque tú me las presentabas. Eran amigas tuyas y por defecto, se volvían cercanas a mí. Me divertía escucharlas especular acerca de nosotros, nadie creía que una amistad tan larga solo fuese amistad. Pero lo era, a pesar de todas esas personas que juraban y perjuraban que salíamos juntos, nosotros sabíamos la verdad.
Sabíamos que yo era la persona que llevabas a tu casa, la que le presentabas a esos pocos amigos hombres que te fuiste granjeando con el tiempo, era esa que te proporcionaba una buena excusa.
Como si estuvieras haciendo caridad, habías logrado ablandar la indomable actitud de la chica antisocial. Mierda, hasta parecías un caballero en tu brillante armadura.
Si ellos supieran…

Pero no lo dudes, sí fuiste mi caballero. Nunca me había sentido más querida que contigo a mi lado. Por eso sufría siempre que alguien te notaba diferente, por eso volvía a enfundarme en mi traje de protectora y gritaba a quien se sea: que tú eras tan normal como cualquiera.
Te hacía tanto daño entonces, era tan hipócrita. Tratando de defenderte de algo que no querías que te defendieran, de algo que no debía ser un símbolo de vergüenza. Pero ocultándote, te lastimaba más yo que esos idiotas descerebrados. ¿Me disculpas por eso?
Era una adolescente, mi sentido de lo bueno y lo malo estaba más apegado a lo que me decían mis padres, la sociedad o no sé… lo que aprendía de segunda mano. Jamás me detuve en serio a pensar si lo que tú representabas para mí, era bueno o malo. Porque si lo hacía, entonces tendría que haberlo detenido todo para decirte que te comportaras como lo que se esperaba que fueras.
Maldición, ¿qué tan obtuso se puede ser en una sola vida?
Pero es que te quería tanto, mi deseo era que fueses siempre el chico alegre. Se me desmigajaba el corazón las veces que te encontraba en alguna esquina oculta de ojos maliciosos. Llorabas en silencio, te retorcías con las dolencias de cargar tus oscuros tormentos. Y cuando me veías allí esperándote, te limpiabas las lágrimas, me sonreías y me decías que todo iba a estar bien.
¿Pero cómo podía ser eso cierto? Mientras más grandes nos hacíamos, más nos hundíamos en nuestras propias mentiras. Todo se volvía difícil de ocultar, la gente ya no podía ignorar tu porte o tus extravagantes maneras de hablar. A pocos se le pasaba por alto el hecho de que combinaras tus ropas incluso mejor que yo, pero nos manteníamos firmes.
“Él es más hombre que cualquiera de todos ustedes juntos”
Era mi frase predilecta, la había soltado con tanta frecuencia que hasta hubo un tiempo en que me la creí.
A veces tenía el efecto de aplacar las críticas y las burlas, a veces solo las incrementaba.

Teníamos diecisiete años, me habías confesado que te gustaba un chico del otro curso. Estabas casi seguro que te correspondería, habían hablado en varias ocasiones y parecía tener el mismo interés que tú tenías. La decisión estaba tomada, pensabas desplegar tu estrategia un día jueves después de educación física. Clase que por descontado, todos los chicos de mismo curso compartían.
Ese día yo no tenía clase hasta tarde, pero me había ido a lo de mi amiga para poder esperarte. Ya sabes, la promesa de regresar siempre juntos estaba vigente. Así que te esperé por largo rato sentada en la puerta del club, poco a poco los chicos fueron saliendo. Algunos riendo, otro conversando casualmente, casi ninguno dirigiéndome la mirada.
Pasaron diez minutos luego de verlo salir a él con sus demás compañeros, no había señales de ti. Mi paciencia estaba colmada y solo quería ir a los vestidores, para arrastrarte ya sea que aún estuvieses desnudo. Pero tenía más sensatez que eso, por lo que seguí esperando.
Media hora en la que no pasó mucho más de nada, tomé la decisión de entrar en el club, directo a los vestidores de los chicos. Te encontré. Estabas acurrucado junto a uno de los casilleros, lágrimas gruesas surcaban caminos en tus magulladas mejillas. Tus ojos verdes perdidos tras un velo de sangre y dolor, tus manos temblorosas, tu cabeza con cortes en distintas partes. Me arrodillé a tu lado, para tomarte entre mis brazos. Estabas frágil, jamás en mi vida había esperado verte de ese modo. Eras un ovillo de perdición, eras el mismo niño de diez años que en la parada del bus se ganó mi corazón.
Llevabas tu camiseta blanca para hacer gimnasia, toda manchada con sangre y en la parte frontal tenías escritas palabras con las que siempre habían buscado humillarte. Sentía tanta rabia, quería saltar en mis dos pies y degollar a todos esos hijos de puta. Pero no me dejaste, me diste tu sonrisa afable a pesar del dolor que inundaba tus ojos con ese simple gesto, me dijiste que todo estaría bien.
Ambos sabíamos que no lo iba a estar, ambos sabíamos que esto no lo íbamos a poder ocultar. Que tus padres preguntarían, que la malicia de los chicos se extendería. Y que en contados días sería de dominio público tu condición.
“Me importa un bledo” te dije. Porque estaba decidida a pararme a tu lado sea como fuese, estaba lista para soportar las bofetadas que llegarían desde todos los ángulos.

Sí que pasamos muchas cosas juntos, ¿cierto? Cuando pienso en cada segundo, cada instante, cada sonrisa secreta que compartíamos. No lo sé, todavía tienes el efecto de hacerme sonreír como idiota. Eres contagioso, ¿lo sabes? Claro que sí, te lo dije ciento de veces.
Por eso aquí estoy, porque creo que debes recordar nuestra promesa. Porque sabes que esperaré el tiempo que sea necesario, para que vayamos a casa juntos.
Dime entonces, ¿me escuchas ahí? ¿te encuentras feliz? ¿sigues sonriendo de esa forma tan cursi? ¿ya encontraste a tu hombre ideal? Es igual al que yo quería, ¿cierto? Siempre dijiste que me robarías a mi novio, sin importar sus inclinaciones sexuales. Dudo mucho que pudieras, mi hombre ideal tenía que amarme sino dejaría de ser ideal. Pero, ¿sabes? Estoy dispuesta a cedértelo, si eso te ayuda a borrar esa nota de amargura en tu rostro.
Vamos, amigo mío, regálame una sonrisa. Róbame el corazón como hace tantos años, prométeme que tendrás un futuro esplendido a pesar de mí. No seas cobarde no necesitas que te siga protegiendo, lo harás muy bien confío en eso.
Ahora descansa, sigue durmiendo. Cuando despiertes sabrás de lo ocurrido, fue algo que estuvo más allá de mi control, espero lo comprendas. Sentí la necesidad de decirte adiós, sentí el anhelo de un último abrazo.
Recuerda cariño que te estaré esperando, tómate todo el tiempo del mundo que no me iré a ningún lado. Prometo permanecer muy cerca, para que cuando tu destino te reclame finalmente, yo sea esa que te guíe de la mano. 



2 comentarios:

  1. Dos cosas, bueno, seguramente varias, pero una que no tiene demasiado que ver... ¿Como has puesto lo de las reacciones? O.O me tienes sorprendida jajaja
    Segundo... he amado este relato, ha sido precioso, y eso que es triste, pero aun así, me ha encantado. La forma en la que relatas a los personajes, y eso que apenas los ves, es muy objetivo, pero me encanta como escribes, creo que deberías saber ya eso. Me has sorprendido con el final, debo entender que ella ha tenido un accidente y ha muerto? y por que la matas? asesina! eres una asesina! malvada, te odio D: Bueno, no, no te odio, pero me parece bonito, me da penuca igual.
    Y bueno, voy a dejar el comentario aquí, que si no se va a hacer largo.
    Por cierto, que es eso de poner 4 relatos de golpe? No me da tiempo a leerlos todos y seguro que luego se me pasan! :P
    Nada más, un besazo :3

    Byee~~

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hey hola, ehh... a ver, para poner las reacciones pues debes ir a "diseño" y luego editar la parte de "entradas" o sea la parte en la página de diseño que pertenece a la entrada. Ahí te da la opción de agregar o quitar las reacciones así como otras cositas. Yo lo encontré de pura casualidad, porque nunca se me había ocurrido editar el formato de las entradas generales.
      En cuanto al relato, pues vaya! Me alegro mucho que te haya gustado y así como interpretas el final, es tal cual xDD Jajaja tenía que matarla, ahí radicaba la fuerza final del relato, creo O.o
      Jajaja tuve un ataque y subí cuatro, pero voy a controlarme en el futuro jeje.
      Te dejo un beso y gracias por darte el tiempo de leerme, en serio.

      Bye
      Tammy ^^

      Eliminar